Elvia trabaja en una agencia de turismo. Es muy puntual y
nunca falta. Le gusta oler el café que hace en la mañana. Sus compañeros de
trabajo suelen verla de movimientos lentos, casi como si se moviera en cámara
lenta pero acuerdan que es agraciada. Pelo largo, rubio no natural.
Es muy meticulosa para elegir las verduras y frutas en el
supermercado. Siempre las inspecciona de manera ocular con detenimiento, las
toca para sentir su textura y las huele, lentamente, con un profundo suspiro
que infla sus pulmones mientras cierra sus ojos y las acerca a su arqueada nariz,
actividad que le toma siempre un buen tiempo. Probablemente sea el motivo por
el cual dejo de ir a la verdulería de la esquina.
Usa siempre guantes de limpieza cuando lava los platos y
el resto de la casa. Todos los sábados a la mañana limpia, como un ritual, su
departamento en el quinto piso desde muy temprano.
Elvia ama la nieve pero vive en un lugar donde jamás
nieva.
Otra particularidad es que tiene una firma grande y
compleja, ocupa mucho espacio al firmar. Esto incomoda mucho a los carteros
cuando le entregan la correspondencia ya
que no deja espacio para las otras personas.
Va a clases de francés una vez por semana y espera algún
día ponerlo en práctica.
Vive sola por elección, pero no se sabe si de ella o de los
hombres que la conocieron.
Aquella mañana como todas las mañana había salido a
correr una vuelta al parque antes de ir a trabajar, con su inmaculada musculosa
blanca y pantalones deportivos. Al entrar al pasillo saludó al portero que siempre
está en la puerta a esa hora y se dirigió al ascensor:
– Tulio ¿sabe porque no baja el ascensor? – mientras presionaba
repetidas veces el botón.
– A ver señora Elvia espéreme un momentito –cerro la
puerta de calle mientras caminaba hacia ella – a ver déjeme probar – vuelve a
tocar con más fuerza el botón del ascensor – parece que está en el quinto –
mirando a través de la abertura de la puerta de hierro.
Tulio es encargado del edificio. Disfruta saludar y
conocer a medio barrio. Tiene algo de acento que delata ser del interior del
país, pero no se sabe bien de que parte. Tulio fantasea en silencio con
aventuras, escapes, con ser un agente secreto. Fantasías que mantiene desde su
infancia y nadie conoce. Ama las películas de James Bond. Suele tratar de
imitar a Roger Moore, su James Bond favorito, frente al espejo con una toalla
en su cintura mientras juega con su prolijo bigote cada vez que esta por entrar
a la ducha.
Tulio tiene la certeza de que en algún momento alguien
escribirá su biografía.
Le gusta el olor del limón de los productos de limpieza
que utiliza, suelen recordarle a un limonero que había en el patio trasero de
su casa de la infancia. Odia el olor de las tortas caseras y hasta a veces se
pregunta porque odiaba tanto ese aroma, sin encontrar respuestas.
Tulio es fanático de Atlanta, equipo de fútbol del barrio.
Otro dato que pueda tener importancia es que Tulio tiene fobia a los ascensores
y a todo lugar cerrado, pero nadie lo sabe y se ocupa de que así se mantenga a pesar de vivir en el séptimo piso desde hace
más de diez años.
Luego de rascarse la cabeza por unos instantes y viendo
que la señora Elvia no se movía de su lugar Tulio suspiró y dijo – Ya se lo
bajo.
A estas alturas Elvia se estaba poniendo nerviosa porque
estaba demorando más de lo acostumbrado y no quería romper con su marca de cero
ausentismo. Que dirían sus compañeros se le repetía en su cabeza mientras que
su corazón no paraba de bombear sangre a todo el cuerpo. Se le cruzó por
primera vez usar las escaleras, Elvia nunca usaba las escaleras, pero ese pensamiento fue interrumpido al
escuchar como se golpeaban las puertas del ascensor.
– Tulio – elevó la voz Elvia lo suficiente para que sea
audible pero sin gritar – ¡Sigue sin bajar! Por favor pruebe desde adentro.
Se volvió a escuchar las puertas tijeras que rechinaban y
luego de unos segundos, que para Elvia parecieron una eternidad, bajó Tulio con
el ascensor. Pero, en el recorrido de bajada hizo una imprevista escala en el
tercer piso, donde subió Demian.
Demian hace publicidades web. De aspecto juvenil, vive sólo.
Su actividad preferida es ver las nubes en el cielo a la hora de la siesta a
través de una pequeña ventana que tiene en la cocina del departamento que
alquila en el tercer piso. Si alguien alguna vez le preguntara donde le
gustaría vivir el contestaría que su lugar es en una publicidad de perfumes.
Pasa horas en Facebook y tweeter pero no las usa como
redes sociales sino como biblioteca o agenda de anotaciones de aforismos. Suele
guardar notas periodísticas de diarios y revistas culturales para algún futuro
que nunca llega. No publica para compartir pero se alegra si recibe “me gusta”
de sus conocidos. Demian es de esas personas que nunca saltea las publicidades
de youtube, las ve completa buscando algo que no sabe que es.
A Demian le encanta el electro swing y lo baila secretamente en su casa.
Antes vivía con sus padres con quienes no tiene una buena
relación. Su madre nunca lo entendía en sus gustos y hoy en día tienen poco
dialogo, ella nunca apoyó su carrera. Su padre siempre fue un hombre muy
callado, sabía muy poco de él y daba la sensación de haber tenido una infancia
muy dura.
Ve dibujos animados a diario.
Hete aquí que Elvia estaba tan apurada que al llegar el
ascensor a la planta baja, sin dar tiempo a que bajen sus ocupantes subió sin
miramientos y presionó el quinto con premura, cegada por sus cíclicas
reflexiones. Demian sonrió sin recibir contestación a esta vecina que tenía de
vista. Tulio ahogó comentario, amagó a decir algo pero no quería contrariar a
la señora Elvia, pensaba para sus adentros que solo serían unos minutos más.
Tulio recordaba que ya había viajado en aquel viejo ascensor en dos
oportunidades, obligadamente, y había logrado sobrevivir cada una de esas veces
Cuando iban por el segundo piso, Elvia respiro y notó por
primera vez los dos polizontes que la acompañaban pero no emitió comentario.
Cuando el viejo ascensor llego al cuarto ocurrió lo primero que estaba
previsto. Frenó.
Al principio los tres viajeros cruzaron breves miradas
algo sorprendidos sin emitir palabra. Elvia abrió los ojos muy grandes, lo más
grande que abrió sus ojos en su vida y comenzó a tocar todos los botones cada
vez con mayor fuerza una y otra vez, pero el viejo ascensor no se movía. Los
dedos de Elvia se ponían cada vez más morados de tanto presionarlos cuando Demian
señaló lo obvio:
– Parece no funcionar
– ¡Pero que desatino! Justo hoy tenía que pasar no lo
puedo creer – ya dándose por vencido de su lucha contra los botones Elvia
empezó a mover con fuerza las puertas que estaban entre los pisos cuarto y quinto
– ¡Voy a llegar tarde a mi trabajo no lo puedo creer! Me van a echar por culpa
de este ascensor, que desprolijidad –dijo con vehemencia.
– Probemos la alarma – señalando el botón rojo.
– No funciona – habló Tulio por primera vez desde el
rincón. Sus sobresalientes cachetes estaban tornando hacia un cálido morado.
– Señor Tulio ¿Se encuentra usted bien? – Demian
preguntaba señalándole una de las gotas del rostro de Tulio.
– Estoy un poco incómodo, como que falta el jairecito ¿no?
– ya las manchas de sudor se destacaban en la camisa gris.
Pasaron algunos minutos de silencio hasta que Elvia
empezó a hacer algo que hacía muchos años que no hacia: gritar, gritar por
ayuda, pero era inútil. Eran los últimos inquilinos del edificio desde que los
desalojos habían comenzado. Esta información la manejaba Tulio pero no estaba
en condiciones de compartirla.
– ¿Alguien tiene el celular encima? – preguntó Demian que
se sentía en una situación cada vez más incómoda por los compañeros de ascensor
que le tocaron – yo salí a comprar facturas sin él.
– Yo vengo de correr querido –dijo algo molesta, ojeándolo
sobre el hombro.
– Mi celular – volvió a tomar otra bocanada de aire con
seria dificultad – no lo llevo cuando trabajo.
– ¡Pero Tulio a usted le parece! Es su responsabilidad en
caso de emergencias tiene que tener su celular encima en todo momento, voy a
presentar una queja ante el consorcio – Elvia prosiguió con el reto pero ya
Tulio, que cada vez le parecía el ascensor más pequeño, no podía escucharla –
Encima no anda la alarma y usted no hizo nada para arreglarla…
Demian meditó y practicó en su cabeza varias veces lo que
iba a decir, palabra por palabra mientras Elvia continuaba con el reto. Estaba
algo molestó con ella por ser la culpable de que él este en aquella situación. Se
animó: – Señora por favor tranquilícese, así no vamos a solucionar nada – Elvia
le clavó una mirada de furiosa potencia mientras callaba, Demian en tono mucho
más bajo prosiguió – mire como esta Tulio, me parece que no se siente bien.
Tulio no escuchaba, miraba fijamente el piso y trataba de
distraerse viendo las gotas de sudor
como decoraba el piso de madera gastada, formando raros dibujos. Sonreía,
le pareció ver la forma de un limón – Me gusta el limón – dijo como
contestación. Elvia y Demian se miraron a los ojos, levantando ambos las cejas
muy arriba.
Por segunda vez, Elvia hizo otra cosa que no hacía desde
un tiempo, se fijó en otra persona. Hacía años que no pensaba en alguien más
que en ella, no se dio cuenta igualmente que lo estaba haciendo:
– Tulio, no tiene usted buen aspecto ¿Qué le pasa?
– ¿Quiere tomar asiento? – Demian agregó con inmediatez.
Tulio captó la última parte con esfuerzo y decidió
sentarse lentamente. Decidió sentarse, se repetía en su cabeza, tal vez en el
piso haya más aire.
– Pero qué barbaridad, se viene a descomponer ahora. Igual
no lo reto más Tulio discúlpeme, esta situación me saco de mis casillas –
Mientras Elvia se sentaba a su lado y le sostenía la mano. Elvia estaba algo
cansada de correr. Olvidó por un rato su trabajo y sus cosas para tratar de
ayudar a Tulio.
– Supongo que alguien ya aparecerá – Dijo Demian mientras
se sentaba y compartía su tímida sonrisa a los otros. Demian ya no estaba
enojado con Elvia por estar en esa situación, los minutos que ya compartían lo
ayudaron a entenderla. Le recordaba a su
madre.
– Una vez – dijo Tulio luego de unos silencios– mi padre, que era un hombre muy respetado, panadero del pueblo donde nací,
me encerró como castigo en el sótano del negocio toda una noche. No recuerdo
que hice pero si el miedo que pasé. Mucho miedo que no puedo olvidar. Mi padre
era de pegarme mucho cuando era chiquito – parecía que Tulio se había ido a un
lugar muy lejano de su memoria, estaba a muchos kilómetros de distancia – Todo
estaba muy oscuro en ese sótano y sólo me había dejado una velita – unas lágrimas
sin permiso comenzaron a ocupar sus ojos, parecía que Tulio se esforzaba para
que no escaparan – pero esto es lo más curioso – tragó saliva mientras se
acomodaba más derecho – hasta hoy, el miedo era lo único que recordaba –sonrió,
aún con las lágrimas acomodándose en sus ojos – pero ahora acabo de recordar
que mi mamá a la mañana siguiente me rescató. Estaba con un vestido blanco,
largo y una bolsa de frescos limones que perfumaron todo el lugar acompañando
la luz de la mañana – se permitió parpadear Tulio y finalmente esas lágrimas
pudieron recorrer libres sus sobresalientes cachetes - Nunca más vi a mi padre, nunca más me pegó. Nos mudamos a la Capital
esa misma mañana.
Elvia lloraba también, se había conmovido profundamente con ese
relato. Hacía diez años que lo conocía y no podía creer que nunca se había
detenido a hablar con él ni una sola vez.
Demian no paraba de sonreír alegre, era un momento
reconfortante, sentía una paz que nunca había sentido y estaba agradecido por
haber escuchado a su portero con el cual solo compartían saludos educados. De
alguna manera, esto le hacía comprenderse más a sí mismo.
Lo segundo que estaba previsto ocurrió en ese instante.
El viejo ascensor hizo un último viaje
hasta la planta baja con la particularidad de que nadie logró salir del mismo.